Postrimerías

 


De don Miguel de Mañara, personaje adinerado de la Sevilla del XVII, hay varias leyendas que cuentan su conversión o forma de ver la vida (o la muerte). Una de ellas, quizás la más conocida, cuenta que era una hombre mujeriego y aficionado a las fiestas. Una noche, vio pasar un cortejo fúnebre (recordemos la gran mortandad existente en aquellos tiempos, más aún a mitad del siglo con la epidemia de peste de Sevilla) y preguntaría quién era el finado; a lo que le respondieron que lo mirara él mismo. Al acercarse, pudo ver su propio cadáver. Ese fue el punto de inflexión en su vida, cambió radicalmente y, a partir de ese momento, dedicó su fortuna, tiempo y esfuerzo en ayudar a los pobres.

Hacia 1663, cuando es nombrado Hermano Mayor de la Santa Caridad, proyecta concluir las obras de la iglesia de la Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla. Sería el propio Maraña el encargado de diseñar el proyecto iconográfico para la decoración del templo, un programa que se basaba en la salvación del alma a través de la caridad haciendo honores a la Hermandad de la que formaba parte. Para ello contó con los mejores artistas del momento: Bernardo Simón de Pineda, Pedro Roldan, Bartolomé Esteban Murillo y Juan de Valdés Leal, conocido fundamentalmente por los dos «jeroglíficos de las postrimerías».

Mañara, un hombre inteligente, supo distribuir perfectamente los trabajos. A Murillo, artista que posiblemente gozaba de mejor reputación y cortesía, le encomendó los cuadros que representaban las obras de misericordia, siempre con esa pintura amable y tierna tan propia del pintor. Sin embargo, Valdés Leal se encargaría de las pinturas más terroríficas y que harían reflexionar a todo el que las visionara. Así, el fiel que entraba en el templo, se horrorizaba ante semejante espanto, y para salvar su alma sabían que deberían dar limosna a los pobres, acudiendo pues a las obras de misericordia que quedaban reflejadas en las dulces pinturas de Murillo (que veremos en otro momento), practicando así la caridad. Un mensaje también totalmente tridentino, ya que confirma que la fe se justifica con las obras, en contra de los que decía Lutero, que sostenía que el hombre se salvaba únicamente con la fe, sin necesidad de obras.

Pasemos pues, a ver, los dos lienzos que Juan de Valdés Leal pintó, para la iglesia del Hospital de la Caridad, siguiendo las órdenes de su promotor, el mencionado Miguel de Mañara.


 «In ictu oculi» (En un abrir y cerrar de ojos)

In ictu oculi. Juan de Valdés Leal. 1671 h. 📷 Wikipedia

Localizado en el sotocoro de la iglesia, frente al otro de los dos lienzos de Valdés Leal, «Finis gloriae mundi» (El final de las glorias mundanas), que contemplamos al entrar.

En él vemos que el artista representa la muerte llevando debajo su brazo izquierdo un ataúd con un sudario mientras en la mano porta la característica guadaña. Con su mano derecha apaga una vela mostrando la rapidez con la que llega la muerte y apaga la vida humana. Sobre ella podemos leer el texto que da nombre a la obra, extraído de la I Epístola de San Pablo a los Corintios. El pie izquierdo del esqueleto se apoya sobre un globo terráqueo, pues la voluntad de la muerte gobierna el mundo sin excepciones. A esto le sumamos la característica de la inestabilidad que provoca la propia esfera.

Los objetos de la parte inferior, representan la vanidad de los placeres y las glorias terrenales, que tampoco se salvan de la muerte. En efecto, desde las glorias eclesiásticas -el báculo, la mitra y el capelo cardenalicio- hasta las glorias de los reyes -la corona, el cetro o el toisón- se desvanecen ante la presencia de muerte, pues ésta, afecta a todo el mundo sin excepción. Ni sabiduría –libros- ni riquezas permiten escapar a los hombres de la muerte. Tampoco la valentía en las guerras –espada y armadura-. Quizás esto es algo en lo que deberíamos pensar todos más a menudo.

 «Finis gloriae mundi» (El final de las glorias mundanas)

Finis Gloriae Mundi Juan de Valdés Leal. 1671-72. 📷 Wikipedia

Localizado también en el sotocoro de la iglesia, como hemos dicho anteriormente, frente al lienzo que acabamos de comentar.

En este caso nos presenta una especia de cripta en la que apreciamos tres cadáveres y un montón de huesos. En primer plano la mitra y el báculo nos indica que se trata de un obispo, delante del cual una cartela da nombre al cuadro. A continuación, se sitúa un caballero que porta la capa de la Orden de Calatrava, a la que pertenecía Miguel de Mañara. ¿Querría el propio Miguel de Mañara que Valdés Leal lo representara muerto en esta obra? Posiblemente. En el último plano existe otro cuerpo del que sólo queda su esqueleto.

Insectos y gusanos se apoderan de las carnes putrefactas en descomposición, creando un ambiente terrorífico e impactante incluso hoy, después 350 años de que fuera realizado, siguen causando espanto mirarlo, porque en realidad la moraleja es la misma: de poco sirven los poderes terrenales si tan tétrico final es el mismo para los pobres que para los más ricos. Es decir, las glorias son efímeras y si no practicamos la caridad, nos condenaremos.

Pero en esta obra hay mucho más que comentar. Del plano superior, de donde procede la luz, desciende la mano de Cristo, perfectamente identificada por las llagas de la crucifixión. Cristo como Juez supremo nos exhibe una balanza con objetos en cada plato Si en el izquierdo nos muestra símbolos de los pecados capitales con la leyenda “NIMAS”, el plato derecho hace lo propio con elementos que aluden a la penitencia y la leyenda “NIMENOS”. Una balanza que está equilibrada y, únicamente la voluntad y conducta de cada persona hará que se incline hacia un lado o hacia el otro.

¿Cómo se representan esos pecados capitales, cuál es esa simbología? El perro representa la ira; el macho cabrío, la lujuria; el cerdo, la gula; el murciélago, la envidia; el pavo real, la soberbia; el mono, la pereza; y el armiño, la avaricia. Pero, existe otro animal a la izquierda, casi en penumbra. ¿Qué hace ahí un búho? Sabemos que son aves nocturnas, y esto hace que lo relacionemos con la oscuridad, las tinieblas, la muerte.

Hemos visto dos obras que, como decíamos antes, ante lo espantoso que pueda resultarnos, no cabe duda que nos hace reflexionar ante la fugacidad de la vida y la presencia de la muerte, que en cualquier momento puede sorprendernos a todos, independientemente que tengamos o no poder, posesiones, cargos, riquezas… porque todo queda aquí, y la muerte sólo se llevará con nosotros, las obras de caridad que hayamos realizado.

 


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