Monumento fúnebre de María Cristina de Austria. Iglesia de los Agustinos (Viena). Antonio Canova 1798-1805 |
Estamos en los días previos a la festividad de todos los santos y los fieles difuntos, que celebramos el día 1 y 2 de noviembre, respectivamente.
Desafortunadamente, el cine y la globalización están haciendo que la fiesta anglosajona de Halloween vaya calando cada vez con más fuerza en nuestro país, haciendo que nuestras tradiciones, cultura, costumbres se vayan perdiendo.Pese a que el vocablo Halloween proceda de una contracción de “all hallows eve”, es decir, “vísperas de todos los santos”, la fiesta tiene reminiscencias paganas, en general relacionadas con la celebración celta Samhain, donde se invocaba a los muertos coincidiendo con el finde la cosecha. Asimismo, en esta fiesta de origen irlandés, se tallaban nabos para ser usados de farol. Cuando los irlandeses llegaron a América en el siglo XIX, llevaron sus costumbres pero no encontraron nabos, por lo que empezaron a usar calabazas, pues abundaban y eran fáciles de ahuecar y tallar. Los disfraces se usaban, según la creencia popular, al igual que las calabazas talladas, para asustar al diablo y espíritus malignos, si venían por los vivos durante estas festividades.
La cuestión es que el significado y el ambiente que envuelve
a esta celebración nuestra, se va desvaneciendo con la llegada la fiesta celta.
Cada vez son más personas las que celebran Halloween y se olvidan de Todos los
Santos y los Difuntos. Los niños se disfrazan de zombis, brujos, vampiros… y es
lo que viven desde pequeños, quedando en el olvido para ellos nuestra tradición,
únicamente continuada por los más mayores. Sí, es verdad, existe una corriente antihalloween,
en la que los niños se disfrazan de santos.
Nuestra fiesta está llena también de dulces típicos como los
huesos de santos, ponches, buñuelos…, así como la ingesta de frutos secos y
fiestas derivadas de estos productos, como son los conocidos magostos, típicas
de estos días de noviembre en los que también coincide la recolección de los
frutos; podríamos decir que es algo similar a las fiestas de las vendimias.
Pero no me quiero desviar mucho del tema que quiero tratar,
porque todo esto da para redactar varias tesis.
El arte funerario es algo que existe desde tiempos
prehistóricos, no hay más que acudir a los conocidos dólmenes. Ha continuado a
lo largo de la historia hasta nuestros días; desde las pirámides de Egipto, los
sarcófagos y monumentos del mundo clásico de Grecia y Roma, el arte de los
primeros cristianos en las catacumbas, tumbas de papas, reyes, mausoleos en el
mundo oriental y musulmán…
A pesar de que, como vemos, cada época tuvo sus propias características, personalmente creo que es en el siglo XIX cuando se desarrolla un arte funerario cargado de romanticismo, como no podía de ser de otra manera tratándose del momento en que se produce.
Tumba de Colón. Catedral de Sevilla. Arturo Mélida. 1902. |
A algunos puede resultar tétrico o desagradable, simplemente
por el contexto que rodea estas obras; pero algunas son auténticas maravillas,
cargadas de la maestría de su autor, de simbología, e incluso, ¿por qué no
decirlo?, de belleza.
Mausoleos llenos de ángeles orantes, llorando expresando la
amargura por la pérdida de un ser querido, cruces o crucifijos que nos
recuerdan que la muerte no es el final, frías antorchas de granito o mármol que
iluminan simbólicamente el camino hacia la otra vida, elementos verticales como
los obeliscos, que intentan alcanzar tocar el cielo desde la tierra… Los
historicismos y el eclecticismo abundan en estas obras: Podemos encontrar una
estructura neogótica, que es la que más abundará; pero a la vez presenciamos al
lado una que nos remite al mundo clásico grecorromano que mezcla elementos
egipcios. Igualmente, el modernismo se hace presente, sobre todo, en rejerías. En
ocasiones, la imagen del difunto queda representada en un busto en el interior
de un medallón, clara influencia de las “imago clipeata”.
En el terreno de la escultura por regla general, como decía
anteriormente, aparecen figuras alegóricas del paso del tiempo, de virtudes que
hagan referencia al difunto, sentimientos, etc.
Hoy día escasea ya este tipo de arte y, salvo personajes
ilustres, famosos, mausoleos o monumentos conmemorativos que quieren exaltar a
un grupo de personas, el resto será una lápida y alguna imagen seriada. Pero
existen muchos cementerios que poseen grandes obras de arte que nos pueden
envolver en ese ambiente romántico que nos habla de la pequeñez del hombre
frente a la naturaleza, de la menudencia que somos frente a Dios. Si no te
desagrada en demasía y tienes oportunidad, te invito a que pasees por alguno de
ellos. Te sorprenderás.
Cementerio del Verano. Roma. |
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