Aprovechando la festividad de San José, he
pensado en hablar un poco de su iconografía, cómo ha evolucionado la forma en
que es representado a lo largo de la historia del arte, con unas breves
anotaciones extraídas del artículo que comparto al final de esta publicación.
San José aparece desde el paleocristiano, sin embargo las herejías hicieron que su imagen fuese en origen un personaje incómodo, por eso fue relegado a un segundo plano, acompañando a María y al Niño en escenas de la infancia de Jesús. En la Edad Media tenía como soporte fundamental la piedra y se representaba en relieves de capiteles, portadas, sepulcros…
La imagen devocional más temprana es el tipo
exento, donde el santo aparece con sus atributos. Podemos encontrarla en
algunas obras de arte tardomedievales, como en un capitel del claustro de San
Benito de Bages, en Barcelona, del siglo XI.
Existen ejemplos pictóricos, sobre todo murales,
sin embargo se conservan pocos. La representación del Santo Patriarca aumenta
en el gótico, con alguna escultura de bulto redondo, tablas pictóricas para
retablos, manuscritos, etc., si bien no será hasta la llegada de la Edad
Moderna cuando el auge de la devoción sea materializado prácticamente en todas
las disciplinas, incluso se le empiezan a dedicar conventos.
Al principio se representaba a un San José
anciano e incluso torpe, basado en los textos apócrifos y para evitar más la
polémica que giraba en torno a la virginidad de María. En 1563, en la XXV
sesión del Concilio de Trento, se aprobó un decreto titulado “De la invocación,
veneración y reliquias de los Santos y de las sagradas imágenes”, que pedía a
los artistas que no se inspirasen en fuentes apócrifas, para evitar que las
imágenes confundiesen a los fieles menos instruidos. Así fue transformándose
esa imagen de anciano, y empieza a representarse con una edad de 30 a 40 años. Nada
descabellado, ya que no debía tener únicamente una edad lógica y propicia para
hacer frente a una familia, sino también afrontar momentos duros de su vida,
como por ejemplo la huida a Egipto. De esta forma se fue imponiéndose la
representación de San José como un hombre joven y agraciado, (cuanto más bellos
y altos eran representados, más elevado era el grado de santidad).
Francisco Pacheco, en su tratado “Arte de la
Pintura”, concluido en 1641 y publicado póstumamente en 1649, opina algo
similar de la edad de San José: “la santísima Virgen fue presentada en el Templo
en la primera edad de tres años y estuvo hasta la segunda, once, de manera, que
salió a desposarse con el santo Josef siendo de catorce años y San Josef de
poco más de Treinta”.
Veamos las fuentes usadas para la
representación de San José. En primer lugar se usaron los Evangelios canónicos
para comprobar en qué momentos aparece José en ellos. Estas citas son: La duda
de San José sobre la pureza de María y el sosiego por el aviso de un ángel (Mt
1, 18-25). La Visitación de la Virgen a su prima Santa Isabel (Lc 1, 39-40). El
empadronamiento en Belén (Lc 2, 1-5). La Natividad (Lc 2, 6-7). La Adoración de
los pastores (Lc 2, 8-20). La Circuncisión del Niño Jesús (Lc 2, 21). La
Presentación del Niño Jesús en el Templo (Lc 2, 22-40). La Adoración de los
Magos (Epifanía). (Mt 2, 1-12). La Huida a Egipto (Mt 2, 13-15, 19-23). El Niño
Jesús perdido y hallado en el Templo (Lc 2, 41-52).
Pero sabemos que también es representado en
otras escenas. Son las que se basan en los evangelios apócrifos: La elección de
San José como esposo de la Virgen y los desposorios. La atención paternal de
San José hacia el Niño Jesús. La Sagrada Familia en la convivencia diaria. El
taller de San José con el Niño Jesús ayudándole en el trabajo de carpintero. La
muerte de San José.
Existen otras representaciones que surgen en
la Edad Moderna y que no quedan recogidas en ningún texto, no obstante, la
devoción y el cariño de los fieles, dio lugar a pensar que de igual forma que
la Virgen Santísima, Cristo tendría el mismo reconocimiento con el que fue su
padre terrenal. Y es de ahí donde surge la temática de la Coronación y
Glorificación de San José, que se desarrolló gracias a los jesuitas. De ella
tenemos dos versiones. En la primera San José es coronado por el Niño Jesús. En
la otra, Cristo como Redentor abraza la Cruz con una mano y con la otra le
coloca una corona de flores, haciendo referencia a las virtudes de pobreza,
obediencia, humildad y castidad, tal y como se le consideró siempre al
Patriarca.
A partir del XVI, con el impulso que Santa
Teresa da a la devoción de San José, se empieza a ver de forma tanto individual
como con el Niño, ya sea en brazos o bien caminando a su lado cogidos de la
mano. Éstos serán los dos tipos iconográficos más representados a partir de
ahora, junto con el de la Sagrada Familia, en los que la imagen de San José
tendrá ya un papel protagonista.
En lo que a atributos se refiere, el más
llamativo y el que casi nunca le falta es un bastón o una vara, especialmente
florecida. En ocasiones viene acompañada de una paloma. Pero, ¿de dónde procede
este símbolo de la vara? En la Edad Media fue síntoma de vejez, por eso
necesitaba apoyarse en el cayado o bastón, pero existe una base apócrifa que lo
explica perfectamente. En efecto, fue la forma en que Dios eligió a José como
esposo de María y padre de su Hijo. Cuenta el texto que fueron convocados al
templo un hombre de cada tribu de Israel, para elegir esposo para la Virgen
María. José fue por la tribu de Judá. Cada hombre debía llevar una vara, las
cuales fueron dejadas sobre el altar. Cuando al día siguiente el sacerdote
ingresó al Sancta Santorum, un ángel
tomó la vara más pequeña, la de José y, según algunas versiones la vara
floreció y según otras la paloma del Espíritu Santo surgió de ella, señalando
al elegido para desposar a la Virgen. Así se cumpliría lo narrado por el
Profeta Isaías: “Y saldrá una rama de la raíz de Jesse y una flor saldrá de su
raíz”. (Is 11,1). Algunos estudiosos dicen que la vara era de almendro, aunque
no se sabe qué especie de flor era, la historia e iconografía fue derivando en
flores blancas, especialmente lirios o azucenas, como símbolo de la castidad y
pureza de San José. A veces, el cayado lleva también un hatillo o una calabaza
a modo de cantimplora, haciendo referencia a su peregrinar. Este atributo es
muy usual verlo en las escenas de la “Huida a Egipto”.
Otro atributo es una bolsa colgada en la
cintura, donde llevaría las monedas para pagar las provisiones y empadronar a
Jesús. Por otro lado, siendo su profesión la de carpintero, no es de extrañar
ver herramientas típicas de su oficio acompañadas de maderas y virutas en
diversos momentos o escenas, incluso en el propio pesebre.
Pero existen otros atributos, quizás menos
conocidos, por ejemplo un libro, no estando claro si su función era la de
otorgar dignidad al personaje o bien tener un valor testimonial referido al
cumplimiento de la profecía mesiánica. A veces lleva o entrega un ave al Niño, de
este hay también varias versiones. Según cuentan algunas tradiciones, San José
llevaba todos los días un pajarillo para que su Hijo jugara. Estudiosos dicen
que la entrega de ese pájaro encerrado en las manos, es el símbolo de un alma
atrapada para Dios; una versión de intercesión del Patriarca que, a mí
personalmente me parece realmente bella.
La vela, candil o fanal, es otro instrumento
con el que solemos ver a José normalmente en la gruta del pesebre. Y es que la
Luz del mundo, Jesús, brillaba por sí mismo. María, al haber sido templo del
Espíritu Santo, también tenía su propia luz. Por eso se representa al Niño
envuelto en un resplandor, al igual que la Virgen, mientras el pobre San José,
debe alumbrarse con un simple farol. Esto viene a representar la contraposición
de lo divino y lo humano.
Extraído de:
La imagen de San José Itinerante en el Santuario de Nuestra Señora de la Luz
Comentarios
Publicar un comentario